Un equilibrista entusiasta

Hacía tiempo que Gael era rumiante.

Vivía en un ph en “Balvanera”, con la compañía de su gata “Ganesha”

La casa la vestían todo tipos de recuerdos de la India como sahumerios, flores de loto, un tapiz con un mandala.

Un sinfín de imbecilidades que le daban confianza, pertenencia y una dudosa tranquilidad.

Gael tenía sídrome de fasciculaciones benignas, un trastorno de movimientos involuntarios que lo habían mandado de paseo por cientos de consultas médicas.

En sus modos era pura meditación, como todo violento.

Era profesor de Yoga Ashtanga, Mindfulness, Reiki y osaba tener un licenciatura en terapias alternativas.

Él, como todos los de su clase, era dueño de una tozudez verdaderamente envidiable.

Esta robusta cortina de hierro entre sus pensamientos y la realidad lo llevaba a sentirse un iluminado, con su tormenta de ego conquistaba (en un aparente estado de paz) todo lo que se proponía.

(Sabía perfectamente que podía estar tranquilo solo por el hecho de decir que lo estaba, tamaña mentira funcionaba como aquellos libros de mierda que describían los famosos mantras de "Indra Devi", otra histérica como Gael, aunque con cara de vieja buena)

De todas formas hacía un tiempo que la crisis permanente lo venía jodiendo, sus cambios de humor eran cada vez más notables.

Unas semanas atrás en la casa de la hermana se armó una situación incómoda con su sobrino.

El nene se tropezó con un triciclo y se lastimó la punta del pie.

Gael agarró la Magnum 38 de su cuñado y le metió 4 balazos al vehículo del infante, delante de toda la familia y el Embajador de Galilea, que se encontraba pasando una temporada en Buenos Aires.

Su reacción fue desmedida, pero la opinión pública de aquellos tiempos hizo un paralelismo con el caso del “Ingeniero Santos”.

Las semanas se fueron entuertando.

Perdía alumnos y los pocos mangos que veía iban a parar a su cuenta de Mercado Pago, con la cual terminaba siempre comprando alfajores de todo tipo a la madrugada.

Una noche se levantó de golpe y fue a parar de un salto a la esquina que está entre el techo y la pared, se quedó pegado ahí arriba durante 3 inviernos.

Cuando bajó ya nada era lo mismo.

Había sentido algo distinto por primera vez en su vida.

Sentía que entre tanto vértigo y estupidez debía convertirse en equilibrista.

Practicó durante 24 horas sin parar y se diplomó para la práctica, ahora ya podía  ejercer el equilibrio de manera legal.

Sin contar que sus contradicciones emocionales lo habían matriculado  contorsionista.

Se metía todos sus principios en la oreja, hacía un tajito en la palma de la mano, y metía una pinza para depilar que una alumna se había olvidado en su casa.

De a poco iba sacando cada uno de sus principios por la herida, pero ya todos calificaban con finales.

Estaba sometido a su propio yugo.

Llegado el día de su debut en el circo gigante que queda sobre Avenida Callao y Entre Ríos su felicidad era suprema.

Había invitado a toda su familia, su sobrino ya tenía 45 años, aunque su cuñado seguía teniendo 20.

La vecina que le regalaba palo santo había sido recientemente canonizada por el primer Papa chino de la historia.

Todos estaban expectantes.

Se acomodaron en sus asientos y se dispusieron a mirar bien arriba, a la cuerda por donde Gael iba a dar una vuelta carnero en turco.

Sonaban las cornetas y el elefante revoleaba su trompa.

Todo era felicidad.

Gael salió disparado hacia la cuerda, se tropezó y cayó desde 20 metros.

Se hizo mierda en Congreso.






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