Pago Mis Cuentas.

 

 Enrique era un administrativo de Buenos Aires, andaba con los dientes peludos y varios clientes insoportables.


Contaba historias de viajes por lugares inhóspitos, y a veces se quedaba dormido, el colesterol se lo medía el I.N.D.E.C. 

El no seguía los consejos para cuidárselo, no tomaba las pastillas.

Tenía largas charlas con cada uno de sus clientes, como de 2 horas, era medio timorato cuando llegaba el momento de rajarlos.

De todos su clientes, Juan era el que más lo entretenía, un español afincado en Argentina que siempre intentaba caer parado, a Juan lo escuchaba sin ganas de echarlo.

Enrique le ponía la oreja, ambos estaban adictos al martirio, entonces se entendían bien.

Habían estado intercambiando ideas con algunos atisbos de autocomplacencia, casi que medio implícita.

Enrique le comentaba a Juan que él se pasaba un rallador de queso por las rodillas y los codos, y con la piel que sacaba alimentaba a su perro.

Juan por su parte le había comentado que se taladraba el empeine los Domingos a la tarde, cuando le pegaba fuerte la ansiedad.

Hacía un tiempo que no se veían, se juntaron un Lunes por la tarde para ponerse al día, el viento quebradizo hacía juego con la dupla.


 Enrique le ofreció unos caramelos de menta, y se dignó a escuchar el laberinto verbal Juan.......


Nadie hablaba.


(Uso obligatorio de lupa o lentes con mucho aumento a partir de ahora)


- "Estar vivo es un capricho" - Dijo Enrique, para romper el hielo.


Los 2 lanzaron una risa medio incómoda, que de alguna manera antecedía al planteo que Juan iba a hacer


Abrió un libro que tenía encima y le avisó a Enrique que quería leerle un fragmento.


- Escuche esto mi estimado :


"Después de la vida hay elecciones, donde a cada uno de los que pasaron por tu existencia se les enseña por telepatía todo lo que ellos tienen que saber de vos para juzgarte, para bien o para mal, cualquier secreto guardado que uno tiene se devela en ese momento a un jurado interminable de chusma barrial e inquisición concheta.

De la decisión de ellos es que proviene lo que hasta ahora se conocía como “cielo e infierno”, al ser todos parte de una conciencia, la somos de manera colectiva."


Enrique escuchaba atentamente, pero solo se reía y mostraba los 3 dientes que le quedaban.


Juan siguió :

 

- Al final de cuenta no queda ni el loro, el último que apague la luz"


Mas que un diálogo, aquella tarde lo que se dio fue un monólogo.


Lo bueno es que Enrique se sentía entretenido, las estupideces de Juan lo hacían olvidarse de un acv sin usar que se había encontrado en el bolsillo de un pantalón


Si bien estaban acostumbrados a debatir sobre la agarafobia de Dios, aquella tarde la cosa para Juan se estaba haciendo medio un chicle.


No encontraba reacción en su amigo, ahora la sopa de letras era sobre la mediocridad y las ganas de vivir.


- Los mediocres envidian a los suicidas, porque estos al menos tienen un motivo para sufrir, por más malo que sea lo que les haya pasado....pone evidencia el hecho de haber vivido. 

Lo que más envidian los envidiosos es lo experimentado, lo sentido" 


Aquél libro estaba repleto de cuestiones como esta, medio separadas entre si, sin hilo conductor.


Enrique seguía mostrando sus pocos dientes peludos.


(Fin de la "letra chica")

 

De a poco se fue desvaneciendo el recuerdo, borrando la imagen de aquella escena.


De todo eso solo había quedado el escrito de un tercero que imaginó todo durante casi 3 meses.


Un tercero que se regocijaba con las malas noticias, siempre.


Solo queda la opción de presentar un "habeas corpus" en la China Comunista, algo que proteja la fábula de estos 2 seres que siempre fueron gastadores compulsivos.


El lector se inmoló con bonos del estado.

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