Se papoteó hasta que el amanecer le dio un bife en la trucha.

 En su debilidad era el más fuerte, a ese atleta le vendieron gato por liebre, la aleta sufría de fatiga crónica.

Le gustaba el chocolate amargo, frutas de estación, algunos sedantes.

En la mesita de luz, el viejo guardaba una condromalacia, su osteopenia era provocadora en ese cuerpo que habitaba el Meditarráneo.

Las galletas eran parcas, húmedas, antipáticas y generalmente peladas.

Al incomprendido hijo no tan único le dolían las zapatillas, fue al carpintero a que las arregle un toque.

Entre masajes y tiempo perdido se fue pasando su vida, como todas, al menos el sol y los canapés lo iluminaban cuando se ponía insolente.

Cada tanto soñaba con la risa de su ex y se despertaba en su adolescencia, quedaba ahí imaginándose durmiendo en Valencia, casado con la novia de su amigo y con un hija.

Mientras corría a todo el mundo con un termómetro en la mano su temperatura subía como las posibilidades de morir.

Se ilustraba con la mezquindad que brotaba de los ojos de sus sicarios, o de algún testigo ocular.

Feliz, agradecido por haber sido creado, refunfuñaba como un niño malcriado cuyo tiempo era consumido por sus deseos de lograr hacer algo, copiando los logros del resto y exitosamente convirtiéndolos en decepciones de una mujer rosa.

Quería teletransportar una biaba que se había pegado en 1999, cuando su pelo era genético, pero solo conseguía que cada tanto una vieja con cara de pájaro lo mire de reojo como quien dice.

Relataba en sus diarios íntimos alguna ocurrencia que solía tener, como aquella que decía :

"A Jaime lo habían encerrado en un supermercado, le dieron condena de 30 años. Al cumplir 7 o 6 presidentes le permitieron tener salidas transitorias, esperaba ansioso sus días en libertad temporal para visitar el penal de Marcos Paz" 




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