Julio y el shampoo, cambio invertido.

 “Somos 8000 millones de cárceles caminando libremente por el mundo” repetía el impresentable de Julio.

Un cliché caminante, el se pensaba.

Era vegetariano, comía ruda macho y camisetas de algodón negras.

Se había obsesionado con coleccionar unos libros escritos en arameo, que conseguía en las farmacias.


Cuando desayunaba se le inflamaba el nervio vago porque venía cascoteado.


Mucho peso x su historia familiar, por cada peso le daban 340 dólares.


Sus tíos eran todos divertículos, y tenía algunos parientes atascados en el colon.


Inolvidable cuando se sintió niño y salió a jugar al parque, en el medio del shampoo.


Cuando llegó a su casa se dio una lucha caliente y lavó el pelo con barro.


Andaba con la lengua afuera, pagando cuentas, subido a bondis y subtes.


Pero entero (o casi), el boludo no se daba cuenta.


Medio que se sentía realizado con cada trámite, le daba motivo a su existencia, pero el pensaba que su gracia era requerida en otro rincón.


De sopetón salió cagando hacia Ezeiza.


Se subió al primer avión, que fue aterrizado por anotojo, en una tierra fratricida.


Sin ganas de hacerse eco de sus malas decisiones, dio de baja su exuberancia, o quizás se la dieron de baja.


Eso si, le cumplió el deseo a “su antiguo yo”




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