Gustavo, mi maestro de tercer grado / Perón, el corazón saltimbanqui / Un camión con acoplado / Pax cambiaria

Gustavo era un incomprendido, que por una decisión ajena a él, se había quedado solamente con una luz blanca de esas de hospital que tienden a bajar los niveles de noradrenalina y generar una hipovitaminosis D.

Se había prometido salir el fin de semana con el auto nuevo y darse un palo en la ruta.

El tipo venía sosteniendo la economía familiar a base de un nuevo tipo de inversión que pululaba en esos tiempos.


Los bancos tomaban la angustia a 6 meses y pagaban una tasa de interés del 60 %


Su corazón golondrina lo intuía. 


Se vivían tiempos exultantes. 


Miles de personas venían del exterior a invertir sus tristezas, dolores y penurias en plazos fijos, cuando cobraban el interés compraban hernias de hiato y las fugaban a Nigeria.


Habían liberado la venta de hernias porque las arcas estaban robustas, producto de un crédito que una empresa PYME fundida le había otorgado a al país.


Los ahorros de las familias se habían convertido en traumas de todo tipo, rebalsaban unas penurias tan valiosas que pintaba un futuro promisorio.


A medida que su angustia se multiplicaba casi mágicamente, Gustavo se daba gustos cada vez más selectos.


Hacía poco se había hecho un tatuaje en el paladar que venía imaginando, una palmera rusa.


Entre otras excentricidades había mandado a hacer una pista de ateísmo en el inconsciente del vecino.


Este desatino, tan elocuente para su antojo, fue en realidad un acto terrorista en si mismo. 


Ocurre que en el inconsciente colectivo estaba de moda tener una pista de aterrizaje en La Rioja, pero Gustavo lo malinterpretó y terminó plasmando su escepticismo en los recuerdos de Claudio, un vecino suyo que era mecánico dental.


Su mujer le decía cariñosamente que padecía de "escepticinismo", un juego de palabras estériles que nada aportaba a la pax cambiaria.


Cometía errores entre tanto frenesí, obvio.


Se olvidaba de las cosas, como aquella vez que se olvidó su dignidad colgada del respaldo de una silla en un bar de Gonzales Catán.


Un día le confesó su ideología a un cirujano que le tenía que corregir una arritmia, resultó ser que el cirujano tenía ideas contrarias y le terminó proscribiendo el cuore x 22 años. 


Entonces, el corazón de Gustavo se fue al exilio.


Paseó dando cátedra por Paraguay, Panamá, Nicaragua, Venezuela (en este mismo lugar fue donde Guillermo Patricio Kelly lo ayudó a escaparse de un hotel), República Dominicana, y finalmente se quedó a vivir una temporada larga en España donde recibía a sus compañeros los riñones, el hígado, la lengua, los dedos meñique y tantos otros.


Ambos brazos, derecho e izquierdo, se peleaban por escuchar sus latidos, Gustavo los tomaba a los 2 como completos otarios.


Los apodaba “Los acólitos a domicilio” 


Si bien Gustavo era un tipo con un cerebro vetusto, todavía algo de fuerza tenía para cumplir sus deseos.


Soñaba con darse un tiro en el pie, con pasar la experiencia de sobrevivir un terremot, por así decirlo.


Fue a la plaza a putear a la manga de inadaptados que no podía entender la veracidad de los dichos.


Cansado, se fue a su casa a cumplir su promesa.


Ese fin de semana se fue a la ruta 9.


Cuando vio el primer acoplado festejó como nunca, era la forma de la trascendencia.


El último suspiro.


Gustavo apretó el acelerador y se mandó de frente a toda velocidad.

Misión cumplida




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